lunes, 15 de abril de 2013

Hoy he caído en la cuenta...



Hoy he caído en la cuenta de los días que han pasado desde aquel instante en que una parte de mí, hizo las maletas y se marchó por la puerta trasera de mi corazón. Medio desnuda y con un frasco lleno de lágrimas me quedé en medio del camino que desde entonces tendría que hacer sola, sin tu mano y sin tu apoyo.

Hoy he caído en la cuenta de las noches que han trascurrido desde la tarde en que decidiste decirme adiós. De la cantidad de madrugadas que me he pasado recordándote, escribiéndote y sintiéndote en cada lágrima que desprendía desde mis pupilas.

Hoy he recordado aquellas tardes de invierno que nos pasábamos en tu casa o en la mía observándonos y deleitándonos con el suave tacto de la piel del otro. De esos sábados en los que recorría una distancia que se tornaba abismal para poder apreciarte y sentirte tan cerca de mí como nuestros cuerpos lo permitían.

Hoy he renombrado en mi cabeza esas mañanas de recreo en el parque. De cómo te miraba comer de forma banal tu bocadillo y calmar tu sed. Me fijaba en tu rostro y me paraba a memorizar cada detalle de tus facciones, mientras disfrutaba al ver como la brisa removía tus cabellos haciéndolos graciosos y adorables.

Hoy he tratado de recordar la textura de tus labios o tus caricias en mi espalda, y sinceramente me cuesta. Las sensaciones de aquellos días escasean en mi memoria y solo puedo acordarme de algunos detalles, momentos y conversaciones, pero no del jodido sabor de tus labios, ni el tacto de tu piel contra la mía. Maldigo a mi memoria, lucho por no perder el recuerdo de la luz de tu sonrisa, pero he de decirte que…cada vez, cuesta más y más.

Hoy me he dado cuenta de algunas cosas están pasadas por el filtro del tiempo. De que me paro a recordar cómo me sentía o actuaba en algunos instantes y parece que estoy observando a otra persona realizar aquellas acciones. Supongo que formará parte de la curación que aporta el tiempo, o tal vez sea que algunas cosas sirven para superar estos momentos. Quién sabe..

A pesar del tiempo, la distancia y el inmenso abismo que nos separa, cuando antes a penas eran unos milímetros escasos. A pesar de todo eso, hoy caí en la cuenta al igual que ayer y que tal vez de mañana, que sea como sea siempre estarás aquí. De que tu huella siempre estará inmersa en mí y que cuando tú te fuiste algo también se marchó de aquí.

"Ella amará a otro hombre." de José Ángel Buesa interpretado por Rafael Turia.



Ella amará a otro hombre.

Yo voy lejos, andando hacia el olvido.
Y puede suceder que alguien me nombre,
pero ella fingirá no haber oído.

Ella amará a otro hombre:
el tiempo pasa y el amor finaliza,
y es natural que lo que fue una brasa
acabe convirtiéndose en ceniza.

Aunque nadie lo quiera,
envejecen las vidas y las cosas,
y es natural también que en primavera
los rosales den rosas.

Es natural. Por eso,
ella amará a otro hombre, y está bien.
No sé si ya olvidó mi último beso,
ni me importa con quién.

Pero quizás, un día,
oyendo una canción,
sentirá que esa vieja melodía
le cambia el ritmo de su corazón.

O será algún vestido
que yo le conocí,
o el olor del jardín cuando ha llovido,
pero algún día ha de pensar en mí.

O puede ser un gesto,
un modo de mirar,
o ciertas calles, o un botón mal puesto,
o una hoja seca que voló al azar.

Y de alguna manera
tendrá que recordarme, sin querer,
escuchando unos pasos en la acera
como los míos al atardecer.

Será en algún momento,
no importa cuándo o dónde, aquí o allá,
porque el amor, por parecerse al viento,
parece que se ha ido y no se va.

Y si en ese momento ella suspira
y él pregunta por qué,
le tendrá que inventar una mentira
para que nunca sepa por qué fue.

Y él no verá esa huella,
eso tan mío en lo que ya perdí;
y, aunque la pueda amar más que yo a ella,
ella no podrá amarlo más que a mí..!

martes, 2 de abril de 2013

Advertí que siempre estaría allí.


Recuerdo el día que el dolor me corrompió. Que todo cambió en mi interior, como mi mente se nublaba y mi mirada perdía parte de su luz. Recuerdo como el dolor se extendía por mi cuerpo y buscaba una vía de escape a través de las lágrimas de mis ojos. Aún así, él seguiría dentro de mí, meciéndose en cada recoveco inundando cada poro de piel para que no me olvidara nunca de lo que suponía tener una herida congelada en tu alma.

El dolor fue el autor de actos que yo nunca antes hubiera cometido sin haberle conocido a él, en su magnitud y en su oscuridad. Comencé a darle a la botella para olvidar el aroma de su pelo, a fumar para no recordar el brillo de su sonrisa y a transformarme en una débil Pantera para combatir la soledad de las noches. Me corrompí, me corrompió. Empecé a romper todo aquello que tocaba y a rememorar todos los momentos en los que le fallé a alguien durante mi vida.

El dolor me destrozó, me remodeló los engranajes y me oxidó las neuronas. Perdí principios y gané nuevas perspectivas que me sirvieran para encontrar otras formas de evadirme de su ausencia y de recordar que lo único que quería, era lo único que había perdido para siempre. Fue entonces, cuando lo noté. Cuando una noche mientras subía las escaleras de mi casa, caí en la cuenta de aquello y pensé: Me corrompió, cual virus infeccioso se apoderó de mí y parece que no volverá a soltarme nunca más. Suspiré después de aquel pensamiento y me estremecí, sencillamente advertí que el dolor siempre se quedaría junto a mí, en mayor o menor medida, pero siempre estaría allí.