La vida
es demasiado efímera. Un día te encuentras paseando por las calles de tu pueblo
y otro por los callejones del otro barrio. Es curioso el carácter veloz y
rápido del tiempo. Te crees poderoso e invencible, hasta que un día cualquiera
una brisa demasiado fuerte de viento te golpea y te tambaleas. Caes entonces en
la certeza de que no eres el rey del mundo, y ni siquiera de tu vida. Y de que
igual que los productos: tienes una fecha de caducidad.
Puede
que sea una manera un tanto extraña de ver el hecho de que la vida, al igual
que un videojuego tiene su inicio y su final. A través de niveles, o de
capítulos como en los libros escribes tu historia y dejas huella…o tal vez no.
Es ahí donde reside la diferencia entre unas personas y otras.
Nunca
olvidaré el día en que me dí cuenta de que nadie vivía eternamente. Aquel
momento fatal en el que descubrí que las personas llega un instante en la que
por razones inalcanzables para la razón de nuestros sentimientos deben de
marcharse del mundo de los vivos para empezar a ser recordadas y amadas con más
intensidad de las que lo fueron en vida.
Una vez
hecha la idea, solo queda superar y convivir con la pérdida. Seguir hacia
adelante en honor de su memoria y ante todo por nosotros mismos. Porque aunque
ellos se marchan, somos nosotros los que quedamos y los que ante todo nunca
debemos olvidarnos de vivir por los que no están y por nosotros mismos.
A mi abuela Pura, mi abuelo Simón y mi Comisario.
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