Dicen
que las personas pueden clasificarse de muchas maneras: fuertes y débiles,
seguros de sí mismos e inseguros. Es curioso, porque aunque lo normal sería
ligar fuertes con seguros, y débiles con inseguros, yo misma me hallo situada
en el tercer grupo. No me considero débil, puede que en algunos momentos mis
fuerzas flanqueen como nos ocurre a todos, pero diría que soy fuerte, y
demasiado, aunque no por esa razón me cuesta llorar. Todo lo contrario, lloro
con bastante facilidad.
Pero…en
cambio, ¿inseguridad? Demasiado. Uff, tengo inseguridades, miedos y paranoias
para dar y regalar. ¿Es eso un problema?, seguramente. Hay veces en las que me
gustaría poder vivir sin ellos, pero están tan enlazados a mi forma de ser que
intentar desprenderme de ellos sería como arrancarme un trozo de mí, dejaría
entonces de ser quien soy. La única solución es apaciguarlos, acunarlos y
susurrarles alguna nana para que duerman y no me molesten la mayor parte del
tiempo. O por lo menos no en los momentos menos indicados. ¿Os pasa a vosotros
lo mismo?
Sin
embargo, no siempre hay que sedarlos y dejarlos escondidos en lo más profundo
del alma. El truco está en saber cuando tienen que salir y cuando deben
quedarse encerrados. Porque ya sabéis que si acumulas demasiado algo, eso
termina saliendo al exterior con una presión y emoción fulminantes que muchas
veces nos hacen cagarla de manera sobrehumana.
Ser
inseguro, es malo. Por supuesto, pero tener miedo no lo es en todas las
situaciones. Tener miedo te convierte en sabio, pues conoces las consecuencias
o sabes donde reside el peligro en ciertas ocasiones. Y eso, es bueno amigos.
Pero, claro no siempre lo es, ya que el miedo es esa horrible sensación que te
paraliza desde la parte más interna de tu ser y que te impide vivir con mayor
libertad.
Busquemos
entonces la fórmula adecuada para ser fuertes, seguros de sí mismos y vivir con
el miedo justo y necesario para no tropezarnos más de lo necesario.
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