Fue una
historia, una historia de esas intensas que nunca deberían acabar. Una historia
con un falso final que lucha por no cerrarse jamás. Y es que ellos se amaban de
verdad, yo creo que incluso hoy en día no se murieron aquellos sentimientos.
Eran
dos jóvenes, como tú y yo, como aquel y aquella. Todo empezó con un juego de
miradas que acabó en un diálogo susurrado entre dos labios y menuda
conversación…se tenían mucho que contar.
Intentaron
ser adultos, llevarlo al extremo, convirtiéndose incluso en un matrimonio sin
alianzas y ritual de confirmación. Quizás el error, no estuvo en enamorarse
hasta lo más, si no en algo más.
Dicen
que el amor conlleva dolor y ahí es cuando aquello se comenzó a resquebrajar.
Un pequeño desequilibrio en la balanza propició el fin. Dio lugar al dolor, la
paranoia e incluso la traición.
Y es
que ellos, acabaron enfermando por amor. Quizás la intensidad de aquella
relación fue la que los llevó hasta ese punto de intoxicarse con dolor físico.
Entonces fue cuando esa historia dejó de ser algo sano para ambos, pero, no, no
murió el amor. Sencillamente fue asfixiado por el dolor, la angustia, la rabia
y el rencor. Disfrazado con el odio, los gritos, las lágrimas y la
tensión. Aplastado por cajas de ansiedad
y actos de impureza emocional.
Ya era
tarde para volver al lugar establecido e intentarlo arreglar: él estaba corrompido por la fase enfermiza
del amor y ella sin quererlo estaba siendo absorbida por los primeros síntomas.
Finalmente se acordó el fin a una historia, que ha decidido por si misma no
terminarse de cerrar. Ahora yo me
pregunto, aún enfermos por amor, cuando vuelvan a encontrarse por casualidad,
¿qué ocurrirá?. No creo que puedan continuar sin el otro, ninguno de los dos.
Jugaron
como adultos y lloraron como niños ante el desenlace final.
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