El ir y
devenir de los días marcaban su vida. Nunca se había dado de la importancia del
tiempo hasta que el primero de sus seres queridos abandonó la vida, al igual
que tanto había sentido su grado de relevancia hasta que la primera persona que
realmente había querido la había dejado sola.
Ahora,
los días tenían su fin y las fechas eran efímeras. Nada era eterno y los
segundos parecían escurrirse entre sus dedos como si de agua fresca se tratase.
No hacía nada más que pensar en lo que quedaba para aquel momento.
Nunca
le agradó lo de luchar a contrarreloj, pelear contra el tiempo y el incesante
“tic-tac” del maldito reloj. Tampoco le gustó demasiado lo de ir tachando días
en el calendario e ir arrancando los meses que se iban sucediendo. Sin embargo,
tenía que hacerlo. El tiempo trascurría y a un ritmo vertiginoso aunque no lo
quisiera, tendría entonces que luchar contra él, pelear contra sus agujas y protegerse de los cambios de hora. Es decir, luchar contra el paso del tiempo.
¿Lo conseguiría?
La
marcha atrás había comenzado, le tocaba correr contra él o huir tratando de
esquivarlo. Cuando sabía a ciencia cierta, que perfectamente, aquel día
llegaría.
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