miércoles, 25 de septiembre de 2013

La idiota.



Así se sentía la mayoría de las veces, como una profunda e irreparable idiota. Estúpida por dar más de lo que nunca recibiría. Por eso cada vez que escuchaba a una persona quejarse usando esa típica frase, la sangre la hervía. La mayoría acostumbra a dar un %, mientras que ella y una leve minoría lo entregan todo...¿Cómo osan entonces aquellos que apenas otorgan quejarse? ¡Ni que supieran lo que es darlo todo y quedarse con las manos tristemente vacías!

El horrible sentimiento de dependencia. La inagotable sensación de que apenas recibes. Se pasaba las horas mirando el móvil esperando unas palabras que siempre le sabían a poco. Demasiadas veces se paraba a pensar en que valía la pena y que era mejor desechar. Día tras días, extrañas confusiones se dibujaban en su cabeza y la pretendían desviar de su objetivo final. 

Cuando andaba por las calles, sentía que las miradas de la gente le susurraban: la idiota, eso eres. Ese pequeño ser insignificante que se preocupa demasiado por el resto y abandona su orgullo en incontables ocasiones para no hacer daño a nadie. Y todo porque ella creía: ¿Para qué alargar algo cuando puedo pedir perdón?



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